Desde que terminó The Sopranos me sentía un poco huérfano de serie. Algunos intentos fueron más o menos correctos (The Company), progresivamente decepcionantes (Californication) o directamente un fiasco (Saving Grace). Si bien la 3ª temporada de Dexter parece haber abandonado la profundidad psicológica de los personajes por una historia con más intriga y emoción (y los últimos capítulos parecen indicar que la 4ª temporada seguirá la línea de embolicar la troca), aún sin ser brillante sigue siendo una gran serie, que te mantiene en vilo capítulo a capítulo. Pero quedaba un AS en la manga: MAD MEN. Se me acabarían los adjetivos para alabar esta serie. Para no alargarme, digamos que es impecable. No le sobra ni un segundo. La historia se desarrolla de forma impecable/implacable, el guión funciona como un reloj suizo, algunos diálogos deberían enmarcarse como obras de arte, el diseño de producción es magistral: ambientación, vestuario, peinados, los actores se ajustan a su papel a la perfección... Visualmente, uno podría llegar a creer por momentos estar viendo una película de Rock Hudson & Doris Day o un melodrama de Douglas Sirk, pero esa alucinación se esfuma conforme se desarrolla la trama.
La tres series (Sopranos/Dexter/MadMen), tienen cosas en común. Las más obvias: excelente factura, serie coral en las que todos los personajes realmente aportan matices importantes, un protagonista masculino atrapado en una doble vida llena de engaños...Las tres presentan desde diferentes puntos de vista algo tan presente en nuestra cultura como es la violencia. En The Sopranos es una violencia más explícita (y lógica): su protagonista es un mafioso, la extorsión y la amenaza son su pan de cada día, representa al crimen organizado. Dexter trabaja en la policía de Miami, la otra cara de la moneda, la que intenta luchar contra el crimen. El propio Dexter Morgan es el resultado de esa violencia, víctima y verdugo, un serial killer que mata criminales e intenta controlar a través de un código de conducta estricto su ansia de matar. En Mad Men, a pesar de la elegancia y el glamour del vestuario y los peinados de los años 60, de que la acción transcurra en una agencia de publicidad de Madison Avenue, existe una violencia soterrada, sutil, contenida. Las sonrisas amables son en realidad hileras de dientes dispuestas a propinar dentelladas al más mínimo signo de debilidad. La cordialidad es el preludio a la ambición desmedida, los codazos y las puñaladas por la espalda. Los comentarios racistas y machistas se celebran con sonoras carcajadas, una mujer que piensa por si misma es un fenómeno tan extraño como "ver a un perro tocando el piano" (sic), una amenaza para un entorno exacerbadamente misógino, lo que la convierte en objeto de burla y persecución. La mujer es una golfa a disposición del primer hombre que la elija, o una respetable esposa y madre. Un marido agresivo que prohibe a su mujer que deje entrar a nadie en casa si él no está es "cariñoso y protector", cualquier opción sexual que no sea la heterosexual simplemente ni se contempla.
Uno suspira aliviado al pensar que esos años están lejos, pero ese suspiro se le congela en los labios al darse cuenta de que en realidad, 1960 y 2008 no están tan lejos como parece.
La tres series (Sopranos/Dexter/MadMen), tienen cosas en común. Las más obvias: excelente factura, serie coral en las que todos los personajes realmente aportan matices importantes, un protagonista masculino atrapado en una doble vida llena de engaños...Las tres presentan desde diferentes puntos de vista algo tan presente en nuestra cultura como es la violencia. En The Sopranos es una violencia más explícita (y lógica): su protagonista es un mafioso, la extorsión y la amenaza son su pan de cada día, representa al crimen organizado. Dexter trabaja en la policía de Miami, la otra cara de la moneda, la que intenta luchar contra el crimen. El propio Dexter Morgan es el resultado de esa violencia, víctima y verdugo, un serial killer que mata criminales e intenta controlar a través de un código de conducta estricto su ansia de matar. En Mad Men, a pesar de la elegancia y el glamour del vestuario y los peinados de los años 60, de que la acción transcurra en una agencia de publicidad de Madison Avenue, existe una violencia soterrada, sutil, contenida. Las sonrisas amables son en realidad hileras de dientes dispuestas a propinar dentelladas al más mínimo signo de debilidad. La cordialidad es el preludio a la ambición desmedida, los codazos y las puñaladas por la espalda. Los comentarios racistas y machistas se celebran con sonoras carcajadas, una mujer que piensa por si misma es un fenómeno tan extraño como "ver a un perro tocando el piano" (sic), una amenaza para un entorno exacerbadamente misógino, lo que la convierte en objeto de burla y persecución. La mujer es una golfa a disposición del primer hombre que la elija, o una respetable esposa y madre. Un marido agresivo que prohibe a su mujer que deje entrar a nadie en casa si él no está es "cariñoso y protector", cualquier opción sexual que no sea la heterosexual simplemente ni se contempla.
Uno suspira aliviado al pensar que esos años están lejos, pero ese suspiro se le congela en los labios al darse cuenta de que en realidad, 1960 y 2008 no están tan lejos como parece.
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