sábado, 25 de octubre de 2008

Los psicópatas somos buena gente

Una ley no escrita de las series de TV establece que cuando la calidad del guión y el interés de la trama decaen, aparece sin venir a cuento un psicópata que se dedica a hacerle la vida imposible a algún protagonista. Después de marear la perdiz durante unos cuantos capítulos y alargar la trama innecesariamente, nuestro esforzado psychokiller acaba falleciendo, tiroteado ignominiosamente o muerto por alguna especie de "justicia poética". Por eso, cuando tuve noticias de "Dexter", una serie en la que el psicópata no solo aparece desde el comienzo sino que es el protagonista absoluto, sentí cierta curiosidad. Plenamente satisfecha tras el visionado compulsivo de la 1ª temporada en DVD (me rindo: paradójicamente seguir una serie de TV en la TV es frustrante e imposible, debido a cambios de horario, cortes publicitarios, traducciones deficientes...).
La serie transcurre en Miami, su protagonista es forense de la policía y pelirrojo... y ahí acaba cualquier posible coincidencia con "CSI Miami". "Dexter" NO es "CSI", no hay frases lapidarias/fantasmadas pronunciadas por un zanahorio con la mirada perdida, no hay tiroteos dentro de casas en los que el poli no se quita las gafas de sol, no hay milagrosas coincidencias con huellas parciales en 5 segundos, no hay minúsculas fibras en la tapicería de un coche detectadas a 7 metros por policías con vista prodigiosa, no hay forenses siliconadas que reconocen cadáveres con las gafas de sol Dolce&Gabanna puestas... Hay sudor, humedad, mosquitos, pantanos, música latina, cubanos y sí, claro, hay sangre. Menos de la que uno podría esperar a priori (excepto algún capítulo más "chorreante") y quizás es la enfermiza asepsia de algunos crímenes una de las partes más inquietantes de la serie. Si bien es cierto que los capítulos finales se centran especialmente en la trama policíaca una vez se descubre la identidad de un segundo psicópata (dos por el precio de uno) que establece un intrigante mano a mano con el protagonista, lo que ha conseguido cautivarme es la personalidad de Dexter. Es una persona normal, novio atento, amigo entrañable, profesional eficaz... excepto por un par de "peculiaridades", una: no es capaz de sentir nada en absoluto, no tiene emociones, está vacío interiormente. Dos: debido a un brutal trauma infantil siente el deseo irrefrenable de matar, aunque mata únicamente a criminales que han burlado a la justicia.
Ninguno de estos hechos parece preocuparle, los asume con naturalidad gracias a los consejos y códigos morales que le transmitió su padre adoptivo, (un policía honesto que sin embargo cuando descubre cómo es realmente decide protegerle conviertiendo la supervivencia a través de la mentira en su "modus vivendi"). Si una gran inteligencia no va acompañada de ninguna clase de sentimientos, ¿qué sentido tiene plantearse la existencia de una moral? ¿Como establecer qué es bueno o malo? Dexter no tiene remordimientos, ni se siente culpable. Su único problema consiste en que tiene que fingir constantemente lo que no es. He ahí su verdadero drama.
No entiende las emociones humanas, es observador atónito del comportamiento (generalmente absurdo) de los que le rodean y finge comprender/compartir sus inquietudes. Aunque no me dedico a ir por ahí descuartizando gente, no puedo evitar sentir cierta simpatía hacia él. Entiendo su perplejidad al oir los comentarios groseros y machistas de sus compañeros, ante los que debe fingir una sonrisa cómplice, entiendo sus esfuerzos por fingir cierto interés por las cosas que supuestamente le interesan a la gente "normal". Busca ser aceptado como uno más para no levantar sospechas.
A la gente normal le gusta hablar de hipotecas, coches, niños, las cacas de sus niños (si son pequeños), lo listos que son sus niños (si ya no se hacen cacas), de Fernando Alonso, de lo que ha hecho el Barça (o el Madrid), de dinero, de su trabajo, de la nariz de Letizia... la gente normal me aburre profundamente.
Pero uno debe fingir cierto interés si no quiere ser acusado de "raro" o "antisocial".


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